La Verguenza

¿Quién no ha sentido vergüenza alguna vez?

La vergüenza, y también la culpa, son emociones que surgen cuando nos miramos a nosotras /os mismas/os y se consideran sociales ya que se dan en contextos relacionales. Aunque se puede experimentar vergüenza en edades muy tempranas (entorno a los dos años), en cuanto tenemos consciencia del Yo (identidad), sobre todo se desarrolla en la adolescencia.

Aun siendo una emoción desagradable, en su justa medida tienen una función social, y parece que universalmente se relacionan con la empatía, con la capacidad de integrarnos en el grupo y con la motivación. Si careciéramos totalmente de esta emoción tendríamos más probabilidades de ser inadecuadas/os socialmente y de no integrarnos.

Sin embargo, muchas veces, la vergüenza no aparece sólo en situaciones en las que nos puede ayudar a encajar y a adaptarnos a la situación, sino que tiene que ver con una valoración negativa de nosotras/os mismas/os, sintiéndonos inferiores y con baja autoestima.

Por eso, nos podríamos hacer esta pregunta; ¿tenemos vergüenza o nos sentimos una vergüenza? Tener vergüenza es una cosa, incluso en determinadas ocasiones nos puede ayudar a integrarnos mejor, incluso a protegernos y poner límites sanos. Pero sentir que somos una vergüenza es algo que nos hace sufrir y nos dificulta precisamente la socialización.

Causas

Una de las causas de sentir una vergüenza desproporcionada y limitante puede ser haber vivido situaciones en las que hemos experimentado una intensa vergüenza y por falta de recursos y/o de apoyo no hemos podido superar. Por ejemplo, experiencias como el Bullying o humillaciones por parte de una figura de autoridad (como un profesor/a) son, a veces, vivencias que dejan una gran huella.

Otras veces, no se trata tanto de vivencias especialmente difíciles, sino que, a lo largo de nuestra infancia y adolescencia, en multitud de ocasiones, nos han juzgado, criticado, reñido y/o exigido personas muy cercanas y significativas (como padre, madre u otros familiares). Este tipo de vivencias tan repetidas generan una idea de nosotras/os mismas/os negativa y de poca valía.

Consecuencias

Cuando tendemos a sentirnos muy avergonzados/as, en infinidad de situaciones y tenemos la creencia de ser una vergüenza, esto condiciona muchísimo nuestro funcionamiento. Una de las consecuencias más habituales es que empezamos evitar situaciones en las que nos sentimos así limitando nuestro día a día. Dejamos de preguntar en clase, no damos nuestra opinión en público, dejamos de expresar lo que sentimos…en definitiva dejamos de ser nosotras/os mismas/os. Las personas que sienten que son una vergüenza sufren y tienen más probabilidades de tener ansiedad y depresión.

Aspectos que nos pueden ayudar a estar mejor

  • Podemos recordar que es una emoción y que todas las emociones son útiles si sabemos relacionarnos con ellas.
  • Podemos pensar que en su justa medida nos ayuda a integrarnos en el grupo y ser socialmente habilidosos/as.
  • Podemos hacer el ejercicio del desdoble: nos salimos de nosotras mismas y lo vemos desde fuera. Por ejemplo, eso que me ha pasado a mí y de lo que me avergüenzo, ¿cómo lo analizaríamos si le pasa a una buena amiga? ¿Nos avergonzaríamos de ella? ¿Cómo veríamos la situación? Esto nos ayuda a no perder la perspectiva y a tratarnos de la misma forma en la que muchas veces tratamos a los demás.
  • Las emociones las sentimos en el cuerpo, también en la cabeza (activando pensamientos), pero en el cuerpo las podemos llegar a notar claramente cuando sobre todo son intensas. Desde este punto de vista, algunas veces resulta útil “reducir” la emoción a una sensación. Las sensaciones las notamos en el cuerpo, sobre todo en alguna parte del cuerpo y aunque puedan ser muy desagradables no suponen un peligro para nuestra integridad. Si cuando nos sentimos muy avergonzadas llevamos la atención al cuerpo, a observar dónde noto esa emoción, la localizo en el cuerpo y defino esa sensación física, esto nos puede ayudar a afrontar la situación.
  • También podemos afrontar las situaciones que nos generan vergüenza y no evitarlas. Cuanto más nos expongamos a la vergüenza, cuantas más veces la sintamos, la afrontemos y de modo consciente la atravesemos, menos intensa será y menos decidirá sobre nuestras vidas. Esto no es fácil, pero podemos pensar en algo en lo que nos sintamos orgullosos/as, en alguna vez que nos hemos sentido así o en alguna ocasión en la que alguien nos ha expresado orgullo. Ese sentimiento de orgullo o de satisfacción con nosotras/os mismas/os neutraliza la vergüenza.
  • Y sobre todo podemos empatizar y ayudarnos mutuamente. Cuando nos conocemos a nosotras mismas, cuando identificamos nuestras emociones y cuando estamos conectadas con nuestras necesidades, es más fácil hacerlo con las de los demás. Si aprendemos a leer nuestras emociones podremos empatizar mejor con las de los demás y tener relaciones más significativas y sanas.